Durante generaciones se tuvo la costumbre de ver la compra de una propiedad como parte del éxito personal y familiar, la parte fundamental de formar un patrimonio para el futuro.
Este principio se veía reforzado por el bajo poder adquisitivo de nuestras sociedades en donde la capacidad de ahorro tan limitada se veía sustituida por pagos fijos, “pequeños”, pero interminables para poder realizar inversiones, mismas que realmente eran propiedad del banco que daba la hipoteca mucho más que del mismo ocupante.
Sin embargo eso está cambiando rápidamente debido a la actual movilidad que demandan las grandes ciudades y los generadores económicos; pero también porque cada vez más y más gente tiene acceso a educación más adecuada e integral, que le hace poder comparar costo beneficio de comprometerse a una hipoteca interminable en un lugar que no le conviene, contra poder rentar algo en un lugar que si le conviene y al mismo tiempo ahorrar en inversiones donde el rendimiento sea el favor de él y no del sistema financiero.
Sin duda queda un gran camino por recorrer no sólo cultural sino económico, que permita romper paradigmas, probablemente la actual pandemia empujará mucho para lograr una transformación que nos lleve, de anclarnos a lugares donde nos alcanza, a buscar calidad de vida en nuestro entorno y de nuestras familias, muy por encima de cumplir con requisitos sociales y sus expectativas.
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